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  • Entonces salió el pueblo y saqueó el campamento de los sirios. Quince kilos de flor de harina, treinta de cebada se llegaron a dar por una moneda de plata, como había dicho el Señor. (II Reyes 7, 16)

  • Desde los días de nuestros padres hasta hoy hemos pecado gravemente. Por nuestras iniquidades, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados a los reyes extranjeros, a la espada, a la esclavitud, al saqueo, al oprobio, como todavía ahora sucede. (Esdras 9, 7)

  • Redujo a cenizas a Put y Lidia, saqueó a los habitantes de Rassis y a los de Ismael, que vivían en el desierto, al sur de Jeleón. (Judit 2, 23)

  • Bajó a la llanura de Damasco durante la siega e incendió sus campos, dispersó sus ovejas y sus bueyes, saqueó sus ciudades, devastó sus campiñas y pasó al filo de la espada a todos los jóvenes. (Judit 2, 27)

  • Por eso nuestros padres fueron entregados a la espada y al saqueo, y cayeron ante nuestros enemigos. (Judit 8, 19)

  • llegó hasta los confines de la tierra y saqueó muchas naciones. La tierra enmudeció ante él, y él se llenó de orgullo y de soberbia. (I Macabeos 1, 3)

  • Ocupó las ciudades egipcias fortificadas y las saqueó. (I Macabeos 1, 19)

  • Saqueó la ciudad, la incendió y destruyó las casas y las murallas que la cercaban. (I Macabeos 1, 31)

  • Judas de allí pasó a Asdod, en el país de los filisteos; derribó sus altares, incendió las estatuas de sus dioses, saqueó la ciudad y luego se volvió a Judá. (I Macabeos 5, 68)

  • Pero Jonatán incendió Asdod y los poblados cercanos, y los saqueó; incendió asimismo el templo de Dagón con todos los que se habían refugiado en él. (I Macabeos 10, 84)

  • De allí marchó a Gaza, pero la ciudad le cerró las puertas. La asedió, incendió los alrededores y los saqueó. (I Macabeos 11, 61)

  • Jonatán se volvió contra los árabes llamados zabadeos, los derrotó y los saqueó. (I Macabeos 12, 31)


“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina