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era en castigo por el decreto que había ordenado matar a los recién nacidos de Israel. En cambio, tú diste a tu pueblo, contra toda esperanza, un agua abundante. (Sabiduría 11, 7)
Para ellos la prueba no había sido más que una suave corrección, en cambio veían cuan gran castigo atormentaba a los impíos, cuando los azotaba tu justa cólera. (Sabiduría 11, 9)
Cuando supieron que el agua, instrumento de su castigo, se había vuelto favorable para Israel, reconocieron entonces la mano del Señor. (Sabiduría 11, 13)
Su mal corazón los había extraviado: era una locura que adoraran a reptiles irracionales y a viles animales. Por eso en castigo les enviaste nubes de insectos, (Sabiduría 11, 15)
porque su raza había sido declarada maldita desde el principio. De todos modos, no fue por miedo a alguien que dejaste sin castigo sus crímenes. (Sabiduría 12, 11)
En medio de sus sufrimientos, se indignaron con esos animales a los que habían tomado por dioses y que ahora se transformaban en los instrumentos de su castigo. Entonces descubrieron y reconocieron como Dios al que antes se negaban a ver: ese fue el motivo del castigo supremo que recayó sobre ellos. (Sabiduría 12, 27)
Por eso el castigo alcanzará también a los ídolos de las naciones, porque son cosas abominables en el seno de la creación: hacen caer las almas de los hombres y los insensatos se dejan seducir. (Sabiduría 14, 11)
Aunque los ídolos sean impotentes, el castigo reservado a los pecadores alcanzará también a los impíos... (Sabiduría 14, 31)
El castigo que se dejó caer por un momento, tenía valor de advertencia: esta señal de salvación les recordaría los mandamientos de tu Ley. (Sabiduría 16, 6)
Y allí una vez más mostraste a nuestros enemigos que eres tú el que envía cualquier castigo. (Sabiduría 16, 8)
Eran mordeduras de langostas y de moscas que les provocaban la muerte, sin que se encontrara remedio para mantenerlos con vida: esa era la prueba de que tenían ese castigo totalmente merecido. (Sabiduría 16, 9)
A los impíos, empero, un furor inclemente los castigó hasta el fin, porque Dios sabía de antemano lo que harían: (Sabiduría 19, 1)