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Entonces Dios le dijo: "No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa". (Exodo 3, 5)
Guías con tu fidelidad al pueblo que has rescatado y lo conduces con tu poder hacia tu santa morada. (Exodo 15, 13)
Si queda para el día siguiente algo de carne o de pan, deberás quemar ese resto. Nadie lo comerá, porque es una cosa santa. (Exodo 29, 34)
Él no será derramado sobre el cuerpo de ningún hombre y no se hará ningún otro que tenga la misma composición. Es una cosa santa, y como tal deberán considerarlo. (Exodo 30, 32)
y realizará el rito de expiación por la parte más santa del Santuario, por la Carpa del Encuentro y por el altar. Lo mismo hará por los sacerdotes y por todos los miembros de la asamblea. (Levítico 16, 33)
Inclínate desde tu santa morada, desde lo alto del cielo, y bendice a tu pueblo Israel y a la tierra que nos diste -esa tierra que mana leche y miel- como lo habías jurado a nuestros padres". (Deuteronomio 26, 15)
Después, los sacerdotes levíticos se pusieron a bendecir al pueblo: su voz fue escuchada y su oración llegó hasta la santa morada de Dios en el cielo. (II Crónicas 30, 27)
Luego dijo a los levitas que instruían a todo Israel y estaban consagrados al Señor: "Pongan el Arca santa en el Templo que edificó Salomón, hijo de David, rey de Israel: ya no tendrán que llevarla sobre los hombros. Ahora sirvan al Señor, su Dios, y a su pueblo Israel. (II Crónicas 35, 3)
Al contrario, se casaron y casaron a sus hijos con mujeres de esos pueblos, y así la raza santa se ha mezclado con la gente del país. ¡Los jefes y los magistrados fueron los primeros en participar de esta traición!". (Esdras 9, 2)
Los jefes del pueblo se establecieron en Jerusalén. El resto del pueblo fue sorteado para que uno de cada diez hombres viviera en Jerusalén, la Ciudad santa, y los otros nueve en las demás ciudades. (Nehemías 11, 1)
El total de los levitas en la Ciudad santa era de 284. (Nehemías 11, 18)
Durante el reinado de Asaradón regresé a mi casa y me devolvieron a mi mujer Ana y a mi hijo Tobías. En nuestra fiesta de Pentecostés, que es la santa fiesta de las siete Semanas, me prepararon una buena comida y yo me dispuse a comer. (Tobías 2, 1)