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La joven le cayó en gracia y se ganó su favor. Por eso, él le entregó de inmediato las cremas de belleza, fijó su régimen de comida y le asignó las siete doncellas más distinguidas del palacio real. Luego la trasladó con sus doncellas al mejor departamento del harén. (Ester 2, 9)
También le dio una copia del texto del decreto que se había promulgado en Susa ordenando ese exterminio. Él debía mostrárselo a Ester, informarla de todo y ordenarle que se presentara ante el rey para implorarle gracia y suplicarle en favor de su pueblo. (Ester 4, 8)
Al tercer día, Ester se puso sus vestiduras reales y llegó hasta el patio interior del palacio, frente a la sala del rey. El rey estaba sentado en su trono, en la sala real, frente a la puerta de entrada. (Ester 5, 1)
Después de franquear todas las puertas, se detuvo delante del rey. Él estaba sentado en su trono real, revestido con todos los atuendos de sus apariciones solemnes, cubierto de oro y piedras preciosas, e inspiraba un gran terror. (Ester 15, 9)
Pero Dios cambió el espíritu del rey y lo movió a la mansedumbre. Lleno de inquietud, se precipitó de su trono y la tomó entre sus brazos, mientras ella volvía en sí. La reconfortó con palabras tranquilizadoras, diciéndole: (Ester 15, 11)
No retira sus ojos de los justos, los sienta en el trono con los reyes y los exalta para siempre. (Job 36, 7)
porque tú defendiste mi derecho y mi causa, sentándote en el trono como justo Juez. (Salmos 9, 5)
Pero el Señor reina eternamente y establece su trono para el juicio: (Salmos 9, 8)
Pero el Señor está en su santo Templo, el Señor tiene su trono en el cielo. Sus ojos observan el mundo, sus pupilas examinan a los hombres: (Salmos 11, 4)
Muestra las maravillas de tu gracia, tú que salvas de los agresores a los que buscan refugio a tu derecha. (Salmos 17, 7)
Sí, el rey confía en el Señor y con la gracia del Altísimo no vacilará. (Salmos 21, 8)
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. (Salmos 23, 6)