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Labán dijo: "Bien; que sea así, como tú has dicho". (Génesis 30, 34)
Y aquel mismo día Labán separó los machos cabríos manchados, todas las cabras manchadas, toda res con manchas blancas y todas las ovejas negras, y se las entregó a sus hijos, (Génesis 30, 35)
y se separó de Jacob a una distancia de tres días de camino. Jacob siguió apacentando el resto de los rebaños de Labán. (Génesis 30, 36)
Jacob puso aparte las ovejas y las apareó con machos negros o manchados del rebaño de Labán; de este modo se hizo un rebaño propio separándolo del rebaño de Labán. (Génesis 30, 40)
Pero ante las débiles no las ponía. Y así las crías débiles eran para Labán y las robustas para Jacob. (Génesis 30, 42)
Después oyó que los hijos de Labán andaban diciendo: "Jacob se ha apoderado de lo que es de nuestro padre; a expensas de nuestro padre ha hecho toda esta riqueza". (Génesis 31, 1)
Se dio también cuenta de que Labán no le miraba ya como antes. (Génesis 31, 2)
Y él me dijo: Levanta los ojos y verás cómo todos los machos que cubren a las ovejas son manchados y rayados, porque he visto todo lo que te ha hecho Labán. (Génesis 31, 12)
Mientras Labán se había ido al esquileo de sus ovejas, Raquel robó los ídolos familiares a su padre. (Génesis 31, 19)
Jacob engañó a Labán, el arameo, no descubriéndole su intención de huir. (Génesis 31, 20)
Al tercer día Labán se enteró de que Jacob había huido (Génesis 31, 22)
Dios se apareció en sueños de noche a Labán, el arameo, y le dijo: "Guárdate de hablar a Jacob, ni bien ni mal". (Génesis 31, 24)