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Tus preceptos, yo los quiero guardar, no me abandones, pues, completamente. (Salmos 119, 8)
Sé bueno con tu servidor y viviré, pues yo quisiera guardar tu palabra. (Salmos 119, 17)
Dame la inteligencia para guardar tu Ley, y que la observe de todo corazón. (Salmos 119, 34)
He hecho un juramento y lo mantendré de guardar tus justos juicios. (Salmos 119, 106)
Yo a ti clamo, sálvame, pues quiero guardar tus testimonios. (Salmos 119, 146)
Todas las naciones paganas acataron el decreto del rey y, en Israel mismo, muchos aceptaron este culto. Sacrificaron a los ídolos y ya no respetaron el Sábado. (1 Macabeos 1, 43)
Era el día sábado. Les hablaron así: «¡Basta ya! Salgan y obedezcan la orden del rey, si quieren salvar sus vidas.» (1 Macabeos 2, 33)
Ellos respondieron: «No saldremos y no obedeceremos la orden del rey de violar el día sábado.» (1 Macabeos 2, 34)
«Moriremos -decían-, pero el cielo y la tierra recordarán que fuimos asesinados.» La gente del rey los atacó aquel sábado y murieron todos: (1 Macabeos 2, 37)
Aquel día resolvieron defenderse contra quien los atacara en día sábado, y no dejar que los asesinaran, como había pasado con sus hermanos en aquellos refugios. (1 Macabeos 2, 41)
Báquides lo supo en día sábado, y él con todo su ejército atravesaron el Jordán. (1 Macabeos 9, 34)
Volvamos a Báquides, el cual se presentó con un poderoso ejército, en un día sábado, a la orilla del Jordán. (1 Macabeos 9, 43)