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Por tanto, ordena al pueblo que cada uno, hombre o mujer, pida a sus amigos y a sus amigas objetos de plata y oro". (Exodo 11, 2)
El Señor hablaba a Moisés cara a cara, como se habla entre amigos. Luego Moisés volvía al campamento; pero Josué, su ministro, hijo de Nun, joven todavía, no se apartaba de la tienda. (Exodo 33, 11)
Abner se indignó mucho por estas palabras de Isbaal, y le dijo: "¿Soy yo, acaso, una cabeza de perro? Yo he tenido piedad de la casa de Saúl, con sus hermanos y sus amigos, y no te he dejado caer en manos de David; ¿y ahora me recriminas por una mujer? (II Samuel 3, 8)
No obstante, se contuvo. Al llegar a casa, llamó a sus amigos y a su mujer, Zeres, (Ester 5, 10)
Su mujer, Zeres, y sus amigos le respondieron: "Manda preparar un patíbulo de veinticinco metros de altura, y mañana por la mañana propón al rey que se cuelgue en él a Mardoqueo, y así irás contento con el rey al banquete". Agradó la propuesta a Amán, y ordenó que se preparase el patíbulo. (Ester 5, 14)
Refirió a su mujer, Zeres, y a todos sus amigos lo que había sucedido. Ellos le dijeron: "Comienzas a declinar ante Mardoqueo; si pertenece a la raza judía, no podrás nada contra él, sino que caerás ante él". (Ester 6, 13)
Muchas veces los gobernantes se vieron envueltos en delitos irreparables y complicados en sangre inocente por haber confiado a amigos la administración de los negocios y haberse dejado influenciar por ellos, (Ester 16, 5)
Tres amigos de Job se enteraron de toda esta desgracia que le había sobrevenido. Partieron cada uno de su lugar: Elifaz, de Temán; Bildad, de Súaj, y Sofar, de Namat, y decidieron ir juntos a compadecerle y consolarlo. (Job 2, 11)
Como el que invita a sus amigos a un reparto, mientras los ojos de sus hijos languidecen, (Job 17, 5)
Mis hermanos se mantienen alejados de mí, mis amigos procuran evitarme. (Job 19, 13)
¡Piedad, piedad de mí, vosotros, mis amigos, pues es la mano de Dios la que me ha herido! (Job 19, 21)
Se encendió también su ira contra los tres amigos, porque no habían encontrado ya respuesta alguna, y así habían imputado el mal a Dios. (Job 32, 3)